El Buscapié es una obra anónima que algunos atribuyen a Adolfo de Castro, escrito como recurso literario imitando el lenguaje del autor del Quijote. Aunque más opiniones se reafirman en la autoría del mismo Miguel de Cervantes. Por ejemplo D. Vicente de los Ríos, en la vida de este escritor, dice lo siguiente: «Conociendo que el Quijote era leído de los que no le entendían, y que no le leían los que podían entenderle, procuró excitar la atención de todos, publicando el Buscapié. En esta obrita, que se imprimió anónima, y es extremadamente rara, hizo una aparente y graciosa crítica del Quijote, insinuando que era una sátira fina y paliada de varias personas muy conocidas y principales; pero sin descubrir ni manifestar aun por los más leves indicios ninguna de ellas. Crítica discretísimamente manejada con la cual dio tanto crédito y reputación al Quijote y picó la credulidad del público, de modo que todos le buscaban y leían a porfía, creyendo descubrir claramente en su lectura los objetos de la sátira que insinuaba el Buscapié».
En el argumento el autor se encuentra con un bachiller viajando desde Madrid a Toledo y en uno de sus diálogos, en la página 50, a Villar del Olmo le llama su patria, esa sería la curiosidad de esta obra literaria:
“Lo que ejecutó mi padre en la refriega es cuento largo y enfadoso, pero no lo es el fin y premio que tuvieron sus alientos y bizarrías, pues es fama pública en Villar del Olmo, mi patria, y en sus contornos, que cargado de más de treinta cabezas que había cortado a los alemanes herejes, se puso después de la victoria en presencia del claro Emperador, que entonces decía a su maestre de campo, Alonso Vivas, aquellas tres notabilísimas palabras de Julio César, trocando la tercera como debe hacer un príncipe cristiano: Vine, vi, y Dios venció”.